domingo, 21 de octubre de 2012
LOBO IBÉRICO
El lobo como especie
El lobo (Canis lupus) es un miembro del orden de los mamíferos conocidos como Carnívoros. Probablemente las características más distintivas de los animales de este orden son sus largos y puntiagudos dientes caninos o colmillos y sus afilados premolares superiores y molares inferiores. Los carnívoros poseen un sistema digestivo simple y sus garras son normalmente afiladas. Además, sus clavículas son comparativamente pequeñas. Sus cerebros están altamente desarrollados, por lo que estos animales están considerados más inteligentes que la mayoría de los otros grupos.
Además del lobo, la familia de los cánidos también incluye el perro doméstico, el coyote, las distintas especies de chacales y el dingo.
La constitución del lobo indica inmediatamente su capacidad depredatoria. Las 42 piezas de sus fuertes mandíbulas, su amplia caja torácica y sus voluminosos músculos maseteros, que dan a sus ojos esa característica forma almendrada, son fruto de una pragmática evolución al servicio de sus funciones de depredador en la escala trófica.
Un lobo adulto puede tener una longitud de entre 100 y 120 centímetros, y una alzada a la cruz de entre 60 y 70 centímetros. El peso varía entre 30 y 50 kilos, aunque se han encontrado ejemplares de hasta 75 kg. Las hembras tienen unas dimensiones y peso inferiores a los de los machos.
Las variaciones de tamaño entre unas subespecies y otras pueden explicarse por las diferencias de temperatura de las zonas en las que habitan. Hay una relación inversa entre la temperatura ambiente y el tamaño corporal de un animal de sangre caliente. Aquellos animales de regiones más cálidas tendrán una masa corporal menor que aquellos otros que habitan regiones más frías (Bergman y Allen).
La edad del lobo en buenas condiciones de supervivencia puede alcanzar los 16 años.
En todo el mundo existen 32 subespecies del lobo, que se pueden englobar en cuatro grupos: lobos blancos (tundrarum en Alaska, albus en la región ártica europea), lobos rojos (pallipes en las zonas predesérticas de Eurasia), lobos grises (pambasileus en Alaska) y lobos pardos (signatus en la Península Ibérica, lupus en Eurasia). También existen otras especies dentro del género Canis lupus, que acogen a subespecies menores, en Norteamérica y la India.
El lobo es un superdepredador que ocupa, en su hábitat natural y sin competencia del hombre, la parte superior de la pirámide nutricional. Esto significa que se trata de un depredador que carece de competencia externa para la regulación de su población, y que su crecimiento está sólo limitado por:
La disponibilidad de alimento suficiente en su territorio (los lobos pueden recorrer en itinerancia hasta cien kilómetros diarios).
Las enfermedades que puedan diezmar su población
Cuando tiene lugar la aparición del hombre —también un superdepredador— la situación cambia, porque:
El hombre considera al lobo un peligro para sí mismo
El lobo y el hombre compiten en la caza de otros animales situados en una posición inferior dentro de la pirámide nutricional (jabalíes, corzos, cabras montesas, conejos).
En situaciones de carencia alimentaria el lobo amplía los límites de su territorio natural de caza en busca de alimento, llegando a atacar ocasionalmente a rebaños de ovejas o cabras.
El lobo es además un animal social, que vive fuertemente vinculado a un grupo —manada—, que es la base de la estructura social. Dentro de esta manada los comportamientos están fuertemente reglamentados en base a una jerarquía estricta.
El lobo tiene una camada (en raras ocasiones dos) anualmente, de entre tres a ocho cachorros. La loba amamanta a sus cachorros mientras que el macho le alimenta a ella cazando y regurgitando la comida que ha ingerido durante la caza. La lactancia dura alrededor de un mes.
Los lobeznos (cachorros de edad inferior a tres meses) son alimentados indistintamente por cualquier miembro de la manada.
Al cumplir los tres meses los lobeznos pasan a llamarse lobatos. Al cabo de un año tienen ya la morfología de adulto. Al cabo de un año y medio dejan de ser lobatos para pasar a ser lobos.
El lobo, al igual que el hombre, es un ser eminentemente social. Un alto porcentaje de su comportamiento está determinado por sus relaciones con otros miembros de su especie con los que forma manadas con el fin de obtener ventajas frente al medio de cara a la propia supervivencia.
Se puede decir que la unidad fundamental es la manada aunque, como hemos visto, se dan casos de individuos aislados en busca de otros individuos aislados con los que formar una nueva manada o, menos frecuentemente, de otra manada en al que integrarse.
El aprendizaje del comportamiento social del lobo comienza desde el momento de su nacimiento. Dentro de su propia camada se establecen pronto roles de comportamiento bien definidos en los que unos individuos prevalecen sobre otros por su carácter o su potencia física. Este inicio resulta crucial para el posterior desarrollo de los individuos porque determina inequívocamente el orden por el que se puede acceder al alimento.
Ya desde los juegos de los lobeznos se puede apreciar cómo unos dirigen, organizan o reprenden a aquellos de sus hermanos que tienen un estátus inferior al suyo. Los individuos más apocados o más débiles pueden quedar relegados del resto e incluso ser repudiados por la propia madre si su debilidad es manifiesta.
Ambos sexos cuentan con su propia jerarquía. Los individuos que ocupan la posición más alta dentro de ésta se denominan individuos "Alfa", los siguientes "Beta", y así sucesivamente. Los que ocupan la posición más baja se conocen como "Omega". Dentro de la dinámica de la jerarquía se presentan situaciones en las que un individuo reta a otro de posición superior por razones alimentarias o reproductivas (ya que la jerarquía gobierna también estos aspectos de la vida del lobo).
Según algunos estudios (Rodríguez de la Fuente) existe una fuerte tendencia a la monogamia en las parejas de lobos. De hecho, dentro de la doble jerarquía de los lobos (la masculina y la femenina), la pareja reproductora de la manada es la dominante, es decir, el macho alfa y la hembra alfa. Los demás adultos y subadultos de la manada no se reproducirán a no ser que pasen a ocupar el puesto de dominante o que abandonen la manada para formar otra independiente.
La principal actividad de la manada, la caza que le proporciona alimentos, se hace en grupo. Durante las cacerías el trabajo está perfectamente distribuido. El lobo es un animal en el que la resistencia prima sobre la potencia. Por esta razón la táctica de caza consiste en agotar a la presa, persiguiéndola hasta que su captura se hace posible.
El control y la disciplina en la manada es fundamental para que esta caza en equipo tenga éxito. Cuando despliegan un ataque sobre una presa, los lobos no aúllan ni ladran, pero sí gruñen y llegan a castañetear los dientes. Por el contrario, los perros suelen ser extremadamente ruidosos, lo cual ha servido a veces para poder determinar la identidad de los depredadores que han llegado a atacar rebaños domésticos (Grande del Brío, Castaño, Gallego).
En el momento en que una manada se hace demasiado numerosa para que el territorio que ocupa pueda sostenerla, se produce de forma natural una disgregación de la misma. Uno o más individuos se separan de ella para formar su propia manada, la cual deberá encontrar un territorio propio que le proporcione las oportunidades de caza necesarias para su subsistencia.
Se dan también casos en los que individuos solitarios, no integrados o expulsados de alguna manada, vagan por las montañas, e incluso por campos de cultivo, en busca de su sustento y de otros congéneres que estén dispuestos a crear una nueva manada.
Morfología
Canis lupus signatus es el nombre científico del lobo ibérico, la subespecie de Canis lupus que habita nuestra península, descrita por Ángel Cabrera en 1907. De los cuatro grupos en que por su pelaje se agrupan las 32 subespecies de lobos, pertenece al de los lobos pardos.
En efecto, en su colorido dominan los tonos marrones, aunque existen ejemplares más oscuros y otros más rojizos, estos últimos distribuidos en el pasado principalmente en la zona sur del río Duero. Los individuos jóvenes presentan generalmente tonalidades grisáceas muy apagadas durante el invierno, mientras que en el verano tienen un característico color marrón oscuro.
Las características principales que diferencian el pelaje del lobo ibérico del del lobo europeo son las siguientes:
Manchas blancas en los belfos, llamadas "bigoteras",
Líneas verticales negras o muy oscuras que recorren el frente de sus patas delanteras,
Marca oscura a lo largo de su cola,
Mancha oscura alrededor de la cruz, llamada "silla de montar".
Estas marcas son las que le han valido a la subespecie el nombre de signatus, que significa "signado", es decir, con señales o marcas.
El peso del lobo ibérico se encuentra entre el de los grandes lobos europeos y norteamericanos y el de los lobos más pequeños que poblaban el norte africano. Los machos adultos suelen superar los 40 kg. y las hembras los 30. Además de esta lógica diferencia en el peso y tamaño y en los órganos propios de cada sexo, machos y hembras se distinguen casi únicamente por el volumen de la cabeza, en proporción marcadamente mayor en los individuos masculinos.
Distribución
Estos lobos poblaban la mayor parte de las tierras al sur de los Pirineos hasta principios de este siglo. Sin embargo, durante los últimos cien años han venido sufriendo una persecución sistemática y una serie de trabas indirectas para el correcto desarrollo de sus poblaciones.
El número total de ejemplares de Canis lupus signatus que se pueden encontrar en España varía según las fuentes. El último censo fiable data de 1988, e indicaba la existencia de 1.500 a 2.000 individuos. En la actualidad la población puede estimarse en aproximadamente 1.500 ejemplares, distribuidos prácticamente en el cuadrante noroccidental de la Península.
Mientras que en los años 50 la presencia del lobo era patente en todo el oeste de la Península (no hay que olvidar su presencia en Portugal) más en los Pirineos, un estudio realizado recientemente por el CSIC (Palacios, 1999) revela que al sur del Río Duero (Sierra de San Pedro en Extremadura y Sierra Morena) el último lobo podría haber muerto hacia 1983 y que no existe presencia confirmada ni rastros biológicos de su existencia en la zona oriental de España, aunque es posible que persistan algunos grupos en los Pirineos y el País Vasco.
Algunas reservas naturales también albergan a pequeños grupos de lobos (Hosquillo en Cuenca, Ordesa en Huesca).
Alimentación
El lobo es un carnívoro depredador. La mayor parte de su dieta está compuesta por presas cazadas, aunque ocasionalmente puede competir con aves carroñeras por los restos de animales que han muerto de forma natural o por accidente, así como por restos provenientes de vertederos cercanos a núcleos de población humana. También es conocido el hábito, en determinadas estaciones, de consumir alimentos de origen vegetal, tales como frutos silvestres.
Sus presas naturales son grandes hervíboros y otros mamíferos de menor porte, como zorros, perros, conejos y liebres. También en ocasiones cazan jabalíes solitarios o atacan al ganado doméstico.
Todo el sistema digestivo del lobo está adaptado para procesar materia animal: agarrarla, desgarrarla, digerirla y eliminarla. En el extremo delantero de este sistema es fácil apreciar las especializaciones de los dientes delanteros para una vida carnívora, como ya hemos descrito al hablar de su morfología.
El tamaño de las piezas que un lobo traga enteras es impresionante. El movimiento de su lengua probablemente ayuda sustancialmente al animal a tragar esos trozos. La saliva del lobo seguramente tiene poca carga enzimática (la de la saliva del perro es nula), por lo que quizás sirva más como lubricante extendido por la lengua que como digestivo. La lengua también les sirve para limpiar los huesos de sus presas y para lamer sangre caída sobre la nieve o el suelo.
En España la dieta del lobo, según fue estudiada por el profesor Rodríguez de la Fuente, estaría compuesta por:
Si se suman los porcentajes de herbívoros, ovejas, conejos y otros carnívoros el resultado es que un 75% de la dieta del lobo entra en conflicto con intereses humanos. En una época en la que la población humana era reducida y existían aún grandes espacios abiertos, libres de la injerencia del hombre, el territorio y los recursos que sostiene eran suficientes para que ambas especies pudieran subsistir con ocasionales encuentros entre ellas. En la situación actual, en la que el hombre pretende acaparar virtualmente todos los recursos como propios, la presencia del lobo resulta insostenible, salvo en los reducidos enclaves donde el desarrollo no ha llegado todavía (es decir, donde se mantiene el equilibrio natural ancestral).
En la Península Ibérica abundan los cérvidos salvajes y otras especies silvestres que sirven de alimento al lobo, a diferencia de las que desaparecieron en época glaciar y las que han sido reducidas a la domesticidad, como el caballo, la cabra o la vaca. Sin embargo, la existencia de estos cérvidos en libertad no basta para la supervivencia del lobo en la mayor parte del territorio, por lo que éste recurre a otras fuentes de alimento, en gran medida provenientes de la cabaña ganadera.
Si el corzo es la pieza preferida por el lobo, no debemos olvidar el papel que juegan en su dieta los roedores y los lagomorfos (conejos y liebres), que varía mucho según las zonas. También otros cánidos, como perros y zorros, pueden formar parte de la dieta de un lobo ibérico, así como tejones o incluso jabalíes, si la manada tiene la suerte de encontrarlos solos.
El lobo también aprovecha la carroña como complemento de su dieta. Este comportamiento, no tan acusado en el pasado, está aumentando en los últimos años por las políticas de algunas Administraciones regionales de abandonar en cebaderos los restos de animales domésticos muertos, lo que, además de alterar la función trófica del lobo convirtiéndolo de depredador en necrófago, también hace aumentar la querencia del lobo por el ganado vivo.
Conducta depredatoria
Los lobos ibéricos raramente forman grupos de más de siete individuos. En primavera y verano, los grupos se reducen a un número de adultos que suele oscilar entre tres y cinco en el mejor de los casos. Más común es la formación de parejas acompañadas a veces de un individuo subadulto.
Al parecer, el número de integrantes de la manada está en relación directa con los hábitos alimentarios. Cuando la dieta está compuesta principalmente por grandes herbívoros (alces, renos, búfalos), las manadas deben tener un número grande de integrantes (de 10 a 20 o más), mientras que si, como ocurre en España, las piezas son de tamaño mucho menor (corzos, conejos), el número de integrantes requeridos para cobrarlas es más pequeño.
Por regla general, los lobos se desplazan en fila india. No siempre abre la marcha el individuo dominante, sino que con frecuencia lo hace un individuo que actúa como prospector y que transmite algún tipo de señal al resto del grupo. A veces el lobo prospector podría dejarse ver deliberadamente para llamar sobre él la atención de la presa (Grande del Brío).
En campo abierto, los lobos actúan de manera que son los individuos más débiles o peor dotados de un rebaño de herbívoros (las crías y las hembras viejas) quienes sufren particularmente su ataque. Eso no significa que la seleccion de la pieza constituya un acto consciente por parte de la manada, sino que ésta se limita a perseguir a aquellos animales que no puedan escapar de su acoso con la debida rapidez. Naturalmente, los mejor dotados eluden con mayor facilidad los ataques de los lobos. Como consecuencia, éstos centran su atención en aquellos ejemplares que evidencian un estado de minusvalía física. La seleccion de la presa se reduce a una mera actitud de expectación, acorde con su carácter de animal oportunista.
El cooperativismo implica ahorro de energía. Frente a los rebaños domésticos, los lobos suelen actual coordinadamente, poniendo en práctica la técnica del acecho. Si su labor se ve dificultada por la presencia de perros pastores, uno de los lobos se deja ver, atrayendo sobre sí la atención de los perros.
Cuando se trata de capturar conejos, uno o varios lobos actúan a manera de batidores, mientras los demás se mantienen a la expectativa, por lo regular cerca de la entrada de la conejera, adonde la presa acosada acudirá buscando refugio.
Solamente en uno de cada ocho intentos logran los lobos abatir a los corzos tras desplegar los correspondientes movimientos de estrategia. En el caso de los ciervos, la proporción de éxito alcanza el uno por seis (Grande del Brío, Gallego).
Fundamentalmente el lobo pone en práctica dos técnicas de caza:
Contra las presas de gran porte, como vacas, caballos o ciervos, los lobos infieren heridas en la parte posterior del cuerpo, centrándose sobre todo en la región ventral.
Contra las presas de mediano y pequeño tamaño, los lobos proceden mordiendo en el cuello, desgarrando la región cervical, la tráquea y la glotis. Es el procedimiento normal para matar cabras y ovejas.
Situación legal
La Directiva Hábitats de la Unión Europea, aprobada en mayo de 1992 y adoptada por la legislación española en diciembre de 1995, establece que la población del lobo al sur del Duero debe ser considerada especie de interés comunitario de carácter prioritario y para cuya protección es necesario designar zonas especiales de conservación. Esto ha provocado la tardía reacción de los gobiernos de Castilla-La Mancha y Andalucía, que consideran al lobo como especie estrictamente protegida y han establecido un sistema de indemnizaciones para subsanar los daños producidos por sus poblaciones, extinguidas en estas zonas.
Aparte de esta protección comunitaria, la región de Castilla-La Mancha ha incluido al lobo en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas. Los lobos que quedan en el norte de España (Castilla y León, Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco) están considerados como una especie cuya explotación debe ser compatible con el estado favorable de las poblaciones. Esto significa que el lobo ha de ser respetado siempre que no choque con los intereses humanos; es decir, que la ley sigue siendo permisiva para que se puedan cazar lobos indiscriminadamente. Sólo el municipio de Muelas de los Caballeros, al norte de Zamora y cerca de las mayores poblaciones de lobo de España, ha demostrado verdadero interés en la conservación del lobo ibérico y quiere prohibir su caza por considerarla "especie emblemática".
El resultado práctico de las legislaciones tardías, la falta de respuesta de las Administraciones y las leyes hechas a la medida del hombre es que el lobo ibérico sigue siendo considerado en España como especie cinegética.
Esta desidia en España afecta también a otras poblaciones de signatus. Portugal acoge aproximadamente al 10% de los individuos de lobo ibérico que habitan la Península, y allí, aunque la legislación y la actitud de la población es más conservacionista, el lobo también sufre una situación crítica. Los lobos están estrictamente protegidos en el país vecino por la misma Directiva Hábitats y por el programa Life de la Unión Europea; sin embargo, para algunos lobos portugueses esta protección no es efectiva. Existe una población de unos 150 lobos en la frontera entre España y Portugal. Estos lobos, que viven relativamente seguros en el lado portugués, son matados indiscriminadamente cuando pasan a territorio español, concretamente en Galicia y Zamora, con lo que muchos esfuerzos realizados al otro lado de la frontera por el bienestar del lobo caen en saco roto.
Los principales problemas con los que se enfrenta esta especie en España son:
El incremento de la presión humana sobre el hábitat del lobo, con la desaparición continuada de zonas apartadas en las que la especie ha prosperado tradicionalmente.
Los incendios forestales, que, tanto de forma natural o accidental como provocada, asolan los bosques españoles y suponen una reducción de los hábitats naturales de la fauna en general, y sobre todo de los grandes mamíferos que encuentran enormes dificultades en la conquista de otros territorios de alimentación y refugio.
La competencia con los intereses de ganaderos y cazadores, que se salda sistemáticamente con batidas tras ataques de lobo.
La ignorancia y la superstición --palabras duras pero no por ello menos ciertas-- de las poblaciones agrarias que a la vez sufren los ataques del lobo sobre su ganado y temen la figura del lobo como un animal vinculado por la tradición con los aspectos más oscuros de la humanidad y la mitología.
El impacto que las grandes infraestructuras, principalmente autopistas y vías férreas, producen en las áreas de distribución del lobo, actuando como verdaderas barreras que aíslan grupos poblacionales y producen atropellos de forma permanente.
El imperdonable desinterés y negligencia de las autoridades competentes, tanto regionales como nacionales, quienes se limitan a legislar en el mejor de los casos, cuando no ganan dinero por el deplorable método de subastar el derecho de caza de lobos por cantidades que exceden las 600.000 pts. por individuo, como ocurre con la Junta de Castilla y León. Esas mismas autoridades se niegan a pagar indemnizaciones a los ganaderos perjudicados por los asaltos del lobo y mantienen una escandalosa ceguera que ha permitido que ningún cazador furtivo haya sido jamás multado, a pesar de las leyes que protegen a la especie, mientras que se admite que el 70% de los lobos que mueren cada año lo hacen a manos de cazadores furtivos.
Usos cinegéticos
La relación entre el hombre y el lobo está primariamente marcada por el hecho de que son dos especies que básicamente compiten por los mismos recursos alimentarios. Esta relación de competencia, complicada con factores ajenos que se mencionan más adelante, han supuesto la práctica extinción del lobo (anteriormente muy extendido por todo el hemisferio septentrional) en todo el mundo, salvo quizá en las tundras occidental canadiense y siberiana.
Aunque es cierto que periódicamente se registran ataques de los lobos a los rebaños de ovejas, no es cierto que el lobo sea un animal peligroso para el hombre. De hecho el lobo se repliega sistemáticamente de cualquier lugar ocupado por el hombre.
El hecho de que, junto con el zorro, sea una especie que depreda las especies que persiguen los cazadores, es actualmente el principal terreno de competencia entre ambas especies. Esta desigual competencia se salda sistemáticamente con la matanza ilegal de animales por parte de quienes continúan practicando actividades bárbaras y degradantes como la caza. El uso, también ilegal, de cebos envenenados para acabar con estos animales constituye otra de las grandes amenazas que se ciernen sobre esta y otras especies.
En la Península Ibérica existían tres tipos de trampas loberas:
Callejos, chorcos u hoyas (fojos en Portugal y algunas zonas de Galicia). Consistían en dos muros de piedra de varios centenares de metros de longitud, separados entre sí una distancia variable por uno de sus extremos; por el otro convergían sin llegar a juntarse, dejando un angosto espacio que desembocaba en un foso de forma más o menos cuadrada, a veces circular, y de una profundidad que podía oscilar entre los tres o cuatro metros. Los muros estaban atravesados por portillas para el tráfico de carros por el monte; estas portillas se atrancaban durante las batidas mediante troncos. En la parte superior, los muros estaban rematados con lajas dispuestas en forma de visera hacia el interior. El lobo se veía pues forzado a correr hasta precipitarse al foso.
Cortellos. Consistían en recintos de forma circular o elipsoidal levantados con piedras colocadas sin argamasa y rematados por grandes lastras salientes hacia el interior, donde sobre un mogote era colocada una cabra u oveja como cebo, aportada por turno por los vecinos del pueblo. Como por la parte exterior la altura del muro era escasa en muchos puntos, el lobo podía fácilmente saltar dentro, quedando atrapado sin posiblidad de salir. Con frecuencia, el lobo no devoraba el cebo, concentrándose y dedicando sus esfuerzos a tratar de salir de la trampa.
Cousos. Consistían en simples hoyos practicados en el suelo y cubiertos con ramajes; por lo general, ubicados en cruces de caminos recorridos por los lobos. En algún caso, tenían una estaca clavada en el suelo, con la finalidad de que el lobo, al caer, quedara ensartado en ella.
Se utilizara la trampa que se utilizara, los vecinos raramente se privaban del placer de exhibir a los lobos reducidos y abozalados por los pueblos y aldeas de los alrededores, sometiéndolos a apaleos y otras vejaciones. Por algún motivo, la especie humana nunca se ha distinguido por hacer valer su inteligencia en situaciones de superioridad. En esos momentos, la necesidad de hacer perder la dignidad a quien ya no supone una amenaza para nosotros, para sentirnos totalmente por encima del contrario, es más fuerte que la capacidad de utilizar la razón para darnos cuenta del papel que cada uno cumplimos en la naturaleza.
Mitología en España
Nuestra tradición, alojada ya en el inconsciente colectivo, es rica en alusiones a la supuesta perversidad y agresividad del lobo. La influencia católica ha hecho además que se haya considerado al lobo como una "criatura de las tinieblas", incluso vinculada al demonio.
No es de extrañar que un depredador como el lobo, único capaz de hacernos frente en la naturaleza que nos rodea, y que actúa de forma organizada y efectiva, despierte los ancestrales miedos a ser cazado. Sin embargo en la milenaria pugna entre lobo y hombre, las agresiones del lobo frente a las nuestras son infinitamente menores. La prueba es la actual situación de su especie.
Otras culturas, menos interesadas que la cristiana en mantener a las personas en la ignorancia y el miedo, han visto en el lobo un símbolo de la sociabilidad, la eficacia y la inteligencia.
Los mitos de Rómulo y Remo o el de Gárgoris y Habis presentan situaciones similares, en las que cachorros humanos son amamantados por lobas. Los indios norteamericanos ven en el lobo un honorable competidor, al que respetan y admiran. El ideograma chino para representar al lobo significa literalmente "perro distinguido", tal vez por el aspecto rasgado de sus ojos.
Sin embargo nuestra tradición está llena de historias que están en la mente de todos, en las que el lobo es un ser maligno y cruel, incluso el resultado de la transformación de un humano en un ser de instintos bajos, incontrolables y asesinos. En el terreno de los dichos podemos encontrar lo mismo: "Ver las orejas al lobo", "Meterse en la boca del lobo", "El hombre es un lobo para el hombre" (falso en lo que dice, pero muy revelador en cuanto a la actitud humana).
Todas estas actitudes y prejuicios, propios de las mentes ignorantes y supersticiosas de la Edad Media, deberían ser arrojadas de nuestras mentes gracias al conocimiento de lo que nos rodea. El valor de un ser racional no está en reclamar serlo, sino en ejercer de tal.
Ya en España, el lobo constituye uno de los motivos animalísticos representados en vasos, urnas y platos ceremoniales de los antiguos iberos, casi siempre reflejando el carácter infernal de este animal (ojos ligeramente rasgados, orejas puntiagudas, belfos distendidos dejando ver los dientes triangulares y los colmillos) y en ocasiones junto a jabalíes, cuya significacion funeraria ha sido ampliamente documentada.
La vinculación del lobo a las creencias de ultratumba se halla atestiguada en toda el área mediterránea. Hubo zonas de la España pre-romana en que el lobo era representado como animal totémico en monedas, siendo sustituido más tarde por la loba romana.
El culto al lobo ha podido arraigar con mayor fuerza entre aquellos pueblos hispanos menos sometidos al proceso de romanización, como en el País Vasco.
En términos generales, el simbolismo animalístico en el mundo mediterráneo se halla impregnado de matices peyorativos. Las relaciones entre el hombre y el animal no se han establecido ciertamente en términos de igualdad ecológica, sino que el hombre civilizado se ha tomado él mismo como centro de la naturaleza. Por ello no es extraño que en Hispania, como en otros sitios, un animal depredador por antonomasia como el lobo haya proporcionado la adecuada imagen mitológica. El lobo frecuentemente se presenta como arquetipo de ferocidad.
También su piel ha dado lugar a todo un simbolismo. La piel de este animal en ciertas tribus constituía un elemento simbólico de sumisión.
Igualmente, el mito de la licantropía ha formado parte desde antiguo de nuestro acervo cultural. El hombre-lobo figura en multitud de dichos y leyendas y con diversos nombres, sobre todo en el área occidental de la Península.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario